En estos días el
Papa Francisco nos invitó a ser una Iglesia de puertas abiertas y que buena
idea el permitirle a Dios entrar y salir de su casa cuando quiera, con quien
quiera y a donde haga falta. Si yo, como
templo de Dios, me encierro en mi misma por temor a ser lastimada jamás podré
ser de ayuda para el que sufre; y esa precisamente es la voluntad del Dios amoroso. Es igual con los templos cerrados, que por querer
protegerlos dejan de ser lugares de acogida para quienes aún sufren y para los misioneros que vienen a recargar
fuerzas. Esta idea llego en el momento preciso para mí. Las pasadas semanas
había estado cargada de sentimientos negativos por andar pretendiendo que todo
se hiciera a mi manera. Conducta infantil muy conocida entre los soberbios.
Sintiéndome abatida, quise buscar serenidad en los consejos de algún sacerdote
o en el silencio de algún templo; pero los primeros
estaban muy ocupados en sus cosas y, para colmo, el Templo estaba cerrado.
Pregunté y la razón que me dieron fue porque los adolescentes lo usaban como
atajo. Puras excusas, como dice el Papa
en el artículo de El Visitante: “Una Iglesia que esté
cerrada, no se entiende.” No me quedo otra alternativa que sentarme en una
banqueta de la Plaza de aquel Pueblo con un buen libro en la mano: El Combate
Espiritual de P. Lorenzo Scúpoli. Muy buen libro, que aprovecho para
recomendarlo.
Dios no habita en
la inquietud ni en la confusión. Mi encuentro con el sacerdote (muy amable por
cierto) me hizo recordar el pasaje de Marta y María con Jesús. Cuando este le dice: ¨ Marta, Marta andas inquietay
nerviosa con tantas cosas. Solamente una
es necesaria. María ha elegido la mejor parte y no se la quitarán.¨ Yo esperaba
encontrar paz al hablar con un hombre de Dios, con un sacerdote, pero andaba
tan ocupado en tantas cosas que no pudo dar lo que no tenía en aquel momento. No
lo culpo, el hizo lo que pudo. Sin embargo, no me quedé sin recibir la paz que
tanto anhelaba aquel día.
¡Qué bien que
estaba alerta! Porque mi Padre Dios
tenía un regalo maravilloso para mi ese día. Estando sentada en la Plaza Él me
presento a Francisca, nombre ficticio, para defenderla de aquellos que la
quieren dañar. ¡Que ser tan espectacular
tuve el privilegio de conocer! Mientras
se acercaba Francisca a la Plaza todo se conmocionó. Todos los animalitos la
buscaron a mitad del camino y la rodearon. Se notaba que la esperaban con
grandes ansias. Hasta me atrevería a decir
que le hacían guardia de honor. Los
gatos, los perros, las palomas, las changuitas, las abejas, toda la naturaleza
entera estaba a la expectativa de su llegada. Al parecer ellos pueden
distinguir la bondad, la humilde, la
docilidad y el amor en los seres
humanos.¡Que espectáculo tan hermoso! Allí estaba ella, el ser humano más parecido al humilde
carpintero de Nazaret que jamás haya visto, con
sus ropas viejas y gastadas; simulando a San Francisco, adornada de rosarios por doquier, rodeada de
todo ser vivo que allí se encontraba.
Ella es un buen ejemplo de lo que es vivir según la voluntad de
Dios. Ella es feliz en la calle, entre
animalitos porque, según ella, Dios mismo se lo ha pedido luego de que alguien
destruyera su cocina. Con sus fieles
amigos comparte lo poco que consigue
para comer y ellos le corresponden su amor con un fiel seguimiento. ¡Que hermosa es Francisca, que sabia es
Francisca, que llena de gracia es Francisca!
¿Qué vio
Juan Bautista que exclamó a voz en
grito: ¨Ahí viene el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.¨? Hoy
me es posible entender este pasaje pues seguramente al acercarse Jesús al Río Jordán
en busca del bautismo de Juan toda la naturaleza entera detectó y delató la
presencia del Hijo de Dios. Aves del
cielo, representativas de lo espiritual, y animales de la tierra, que
seguramente también le seguían, estaban allí rodeándolo como lo vi con Francisca.
La naturaleza entera lo señaló como el Enviado de Dios. Algo vio Juan
que no era común y, al igual que yo,creyó que todo aquello se trataba de una
manifestación divina. El
amor de Dios había llegado a los hombres. Lo que vio Juan al acercarse Jesús debió ser tan impresionante que no dudo ni un segundo en que aquel hombre, quien para
colmo era su primo, era el Elegido. Todo lo confirmaba y Juan, un ser humilde,
un hombre espiritual, un habitante del desierto, amante del silencio pudo leer lo que la naturaleza le
decía.
He conocido muy
pocos seres espirituales. Sin embargo, Francisca, aquella hermosa y amorosa anciana me hizo
recordar la sencillez y la humildad de mi tío, ya fallecido. Él era un hombre
sencillo de campo y acostumbraba alimentar a cuento animal se le acercara. Siempre
estaba rodeado de ellos.Recuerdo que el día de su muerte los gallos cantaron
cada hora por toda la noche dedicándole una especie de guardia de honor. Fue
impresionante como una bandada de palomas adorno, como nunca antes, el cielo de
aquella mañana. Los trinos de las aves
nos acompañaron por mucho tiempo. Algo había pasado, los animales despedían (¿o
sería que recibían?) a un ser especial para ellos. ¿Será que los animales
pueden oler la santidad?
Aquel momento que estuve con Francisca y los animales en la
Plaza me vasto para descubrir lo duro que es el seguimiento de la Ley del Amor.
Hasta presa ha ido porque ama a sus animalitos. En la cárcel le cortaron su
larga melena virgen que tanto amaba y cuidaba como regalo de Dios. Con lágrimas
en los ojos me narró como la desnudaron. Sus propias palabras fueron ¨me
torturaron.¨ ¿Quién puede entender un
abuso, una violencia tal contra un ser tan dócil, tan inofensivo y tan compasivo? Pero si me pongo a pensar, eso mismo hicieron con su Maestro. A Jesús lo tomaron preso y lo sentenciaron a
pena de muerte siendo el más inocente de todos los seres. El sufrió la vejación de la cruz y también
Francisca. ¡Qué crueles podemos llegar a ser con la inocencia! Pero que esto no
opaque el regalo de haber conocido a un ser lleno de la imagen del Dios humilde
como en su tiempo lo fue San Francisco de Asís.
Estuve una hora
como en un éxtasis por lo que mis ojos veían
y mis oídos escuchaban. Una sonrisa se pintó en mi cara y se quedó como
congelada durante todo el tiempo que estuve con Francisca. La paz que buscaba la encontré pero no sola en
un templo o hablando con un sacerdote
sino en una banca de una Plaza de un Pueblo cualquiera entre la naturaleza, los
animales y una mujer vestida de harapos. No tendrá muchos títulos universitarios o
quizás sí, pero que sabiduría y bondad brota de aquella señora. Que paz me dejo el solo hecho de haberla conocido, de
haberla visto en si diario vivir. Hoy no
necesité nada más para sentirme feliz.
Gracias, Señor, por el sacerdote, que a pesar de estar tan ocupado, me atendió
y me sirvió en el Sacramento de la Confesión; pero, sobre todo , gracias por
Francisca, tu sierva de a de veras, que por simplemente ser ella me dejó una
gran lección de vida. Gracias, Señor, gracias por manifestarte en el humilde.