Creía en Ti
con el alma herida.
El miedo me
había robado la alegría.
Te adoré
con el alma cargada de basura.
Te recé
como podía o ¿te exigía?
Servirte
fue mi refugio.
Lo hice por
egoísta. ¡Qué desventura la mía!
Pero viste
con agrado mis intentos y del lodo me sacaste.
Por mi amor
al mismo infierno bajaste.
¿Me
quieres? Me preguntaste.
No puedo,
fue mi respuesta.
¿Quién a
Dios le mentiría? No se podría.
¡Otra vez
esa pregunta!
¿Me quieres?
Reinó el silencio.
No puedo,
Tú bien lo sabes.
Entonces me
hiciste ver lo mucho que me querías.
Tu
nacimiento, la buena nueva, el amor que me tenías.
¿Es qué
alguien más en la cruz por su amor se moriría?
¡Qué dolor
y qué alegría!
¿Me quieres
amada mía?
Te quiero:
respondería.
¡Qué
gracia, qué algarabía!
No era
llena de gracia; no era favorecida.
Hasta el
cuello, en el fango, me hallaba hundida.
Aun así el
Amado a su “No Amada” quería.
Quiero ser
tu Amado y tú mi amada. ¿Te gustaría?
Pero este
amor de Dios yo no entendía y ¡qué agonía!
Esclava,
aquí me tienes; amada, aunque quisiera yo no podría.
Igual soy
tuya, te pertenezco, has todo tal cual querías.
Y así mi
Amado de la mano me tomaría.
Y a su “No
Amada” en princesa, por pura gracia, convertiría.
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