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viernes, 25 de enero de 2013

Perseguidos por mi Nombre, alégrense.



Leyendo la Biblia, en Lucas 4, 33-37, encuentro aquella parte donde se nos recuerda que en los tiempos de Jesús algunos de sus más fieles seguidores eran lo endemoniados y enfermos mentales.  Pero,  ¿a  dónde estaban estos endemoniados?  ¿Huyendo de los hombres? ¿Escondidos en cuevas?  ¿Encadenados?  Sí, algunos que ya no podían resistir el ataque de su locura.  La mayoría eran ciudadanos comunes y estaban, nada más y nada menos, que en la sinagoga, lugar público de oración y de encuentro con Dios.  Escribo esto porque leyendo los comentarios del papa  Benedicto  en su página de Twitter, descubrí  que sus más fieles seguidores son los que le insultan, se burlan y menosprecian sus intentos de evangelizar.   Allí están para encararlo en cada comentario e intentar obstaculizar  todo lo que dice.  ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones? Sólo ellos lo saben.  Dios los conoce por su nombre.

 Reconozco que al leer los primeros comentarios  me enfadé pero, luego de analizarlo bien, me he dado cuenta de que esta conducta no es nueva sino más bien común.  Jesús ya lo había advertido a sus discípulos en Mateo 5, 11-12 donde dice que: ¨Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias.  Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo.¨  Admiro, más que nada, la actitud del Papa que es la de hacer silencio ante estos ataques viciosos.  Pensé, en algún momento, que ya no seguiría escribiéndonos y para mi sorpresa ha continuado con ésta nueva manera de llegar a las masas.  Es un maestro de tolerancia, debo añadir.  Invito a aquellos que aun no siguen la cuenta de Benedicto XVI a que lo hagan, pues sus palabras son un tesoro de sabiduría.  Ésta es: @Pontifex_es .

Pido perdón por mi falta de juicio y aprovecho para hacerles ver a los que como yo responden a los insultos con más insultos que ésta no es la manera de llevar la palabra de Dios a los que sí quieren escuchar.  Ver nuestras reacciones neuróticas más bien les da la razón a los ofensores.  Es preferible callar a menos que tengamos las mismas palabras de autoridad para sanarlos, como lo hizo nuestro señor Jesús en su momento.   ¿Quiénes somos para juzgar a nuestros hermanos?  Además, ellos sin darse cuenta, son excelentes testigos del Reino de Dios.  Así, como los endemoniados que al intentar hostigar a Jesús le llamaron por su verdadero nombre del Santo de Dios. Hoy, al perseguir a nuestro Pastor, le están sirviendo de testigos fieles y, con cada comentario negativo, le dicen al mundo que él es un Siervo bueno.

Los medios de comunicación son una navaja de doble filo que si no la aprendemos a manejar nos deja, a veces, un sabor amargo.  En las redes sociales existe  todo tipo de ideas y, por lo mismo, debemos estar listos a recibir comentarios buenos, malos, viciosos;  incluso, aquellos que sólo son para llamar la atención.  Hay de todo, Dios lo sabe y lo permite porque, incluso en la confrontación, crecemos.  Los  medios  de comunicación  llegaron para quedarse y debemos adaptarnos a ellos sin tenerles miedo.  Paz y bien.

viernes, 18 de enero de 2013

Demasiado Disgusto por Nuestras Faltas es Amor Propio



Escribir sobre mí podría ser visto por muchos como soberbia y tal vez lo sea, pero mi interés es desprenderme de aquello que me ha molestado durante toda mi  vida y, a la vez, dar mi testimonio para que los que estén pasando por lo mismo puedan parar de sufrir.

La ignorancia me arropó por muchos años y aun me arropa, humildemente debo  confesarlo; sin embargo, hoy por la gracia de Dios, puedo adentrarme en los libros y sacar de ellos conocimiento, incluso maneras nuevas de vivir.  Ahora estoy leyendo como nunca antes y  me ocupa el libro llamado: ¨El Arte de Aprovechar Nuestras Faltas¨ por J. Tissot y E. Sálesman.  En este libro me he topado con uno de mis más graves y dolorosos errores que cometí en mi vida de individuo religioso. Desde que entre  al mundo, para muchos temible, del Sacramento de la Confesión entre a la vez al tormento de la angustia por el pecado.  Confesaba y salía del confesionario feliz pero aquel gozo me duraba muy poco.  Mis pensamientos, mis actos, mis palabras y mi falta de amor hacía los demás me torturaban, pero sobre todo la idea de que Dios estaba enojado conmigo porque no podía parar de pecar.  Sin embargo, la lectura de este libro me está enseñando lo equivocada que estaba.  Puedo, al fin, darme cuenta de que ese sentimiento de agonía no es nada más que el amor propio haciendo de las suyas.  Pensar que como ser humano no puedo pecar y que si lo hago Dios no me perdonará  es la máxima expresión de soberbia. El temor al pecado era paralizante y vivía a medias. Asustada por todo y por todos.  Encontraba pecado aquí y allá, dicho de otra manera, todo era pecado.  Dios sabe que somos seres humanos y que como tales no somos perfectos. Pretender ser santa, como solo Dios lo es,  es  una fantasía y nada más.

Cuando me encontraba en aquella situación lo que venía  a mi mente era abandonar la Iglesia.  Era una  tortura seguir asistiendo a la Misa porque  en mi estado de enfermedad espiritual sólo escuchaba palabras de condenación.  La humildad era un término que no conocía porque mi amor propio y mi gran soberbia hacían que la confundiera con miseria, llanto y sufrimiento.  Mientras más sufría más humilde pensaba ser.  Padecí todo eso y lo peor del caso es que me consideraba inocente y, para colmo, víctima del demonio y del mismo Dios.  Haber sobrevivido a todo aquello es una muestra de que Dios Padre siempre estuvo a mi lado.  Allí estuvo Él en el confesionario, en la comunión, en mis caídas y en mis regresos al camino.  La Santísima Trinidad es fiel, no me abandonó  y no me abandonará nunca.

Gozar de la tranquilidad que surge de saber que sí es bueno el llamado ¨dolor de corazón¨ pero sin torturarnos por nuestras faltas; sino, más bien, arrepentirnos y volver a empezar en cuanto podamos, es el mayor regalo que Dios nos pueda dar. La vida es distinta así, es más serena y optimista.  La fe, la esperanza y la caridad no parecen algo lejano sino una nueva ocupación que no se acaba nunca.

viernes, 11 de enero de 2013

Gritos de Alerta


Me siento rodeada de gritos de auxilio.  En todas partes veo a las personas sufriendo amargamente por falta de sentido.  Algunos lo expresan con lágrimas, depresión, otros con enojo irracional o con burlas y de muchas otras maneras solemos  gritarle al mundo que necesitamos ayuda.  ¿Por qué nos resultará tan difícil pedir ayuda abiertamente?

Entré a la página de twitter del Papa Benedicto y para mi sorpresa lo que encontré fueron insultos a cada una de sus palabras.  Me sorprendí de entrada, no lo voy a negar, pero ahora entiendo que sólo se trata de gritos de alerta, de auxilio, de dolor, de soberbia y de, más que nada, miedo.  Cuando Jesús predicaba también se encontró con los endemoniados, que cargados de cadenas y gran angustia, le complicaban la vida haciéndose obstáculos para la salvación ajena y propia.  El Señor, más que despreocuparse de ellos y dar la media vuelta, se acercaba  y los sanaba.  Expulsó de cada uno los demonios que los atormentaban.  Ellos no eran necesariamente culpables de su mal comportamiento sino que eran ya esclavos de su enfermedad mental y emocional; y Jesús, sabiendo esto, los desató.  En algunos casos la sanación del enfermo del espíritu no era asunto fácil y Jesús les recomendaba a sus discípulos, al igual que a los enfermos, que era necesario mucho ayuno y oración.  ¿Es qué podemos sanar a nuestros enfermos del alma en nuestros días?  Nosotros no, pero Jesús sigue siendo el mismo hoy y siempre, por lo tanto, si le  pedimos consejo al respecto Él nos lo dará y podremos trabajar unidos en contra de los males sociales que nos arropan hoy.

Es muy fácil juzgar a las personas por su mal comportamiento tildándolos de mal educados, de locos, de violentos, de antisociales y hasta de criminales pero ¿qué hay detrás de esos modos de actuar?  Usualmente y lamentablemente lo que casi siempre encontramos son personas emocionalmente enfermas que no han tenido la dicha de aprender a amar y ser amados.  Son niños cuyas familias están rotas o que  tanto papá como mamá han tenido que salir a la calle a buscar trabajo.  Los hijos  quedan con abuelos o terceras personas que entienden que criar no es su responsabilidad.  Sus niñeras suelen ser los juegos de video  que para colmo son casi siempre clasificados para adultos,  y yo  añadiría, violentos.  Y seguimos preguntándonos ¿por qué crece el desamor en nuestra sociedad moderna?  Es que cada vez son menos los que se consideran responsables de la enseñanza de los valores y del amor tanto a sí mismo como al prójimo.

Los grupos de la calle se convierten en un lugar de refugio para aquellos que se consideran abandonados y solos.  Pero allí, todos sabemos que lo que encontramos es droga, todo tipo de vicio, criminalidad y trabajo fácil que  terminan matando el poco amor que pudiera quedar en el individuo ya enfermo.  Cuando el dolor y la soledad llegan a límites insostenibles comienza entonces la autodestrucción y destrucción del entorno.  Buscando un poquito de atención, y sobre todo ayuda, somos capaces de las cosas más inverosímiles, por ejemplo,  entrar a las cuentas de personas religiosas y lugares religiosos de las redes sociales a insultar y hacer el mayor daño posible sin razón aparente.  Pero sí, existe una razón, y esta es hacerle saber a todos que estoy mal y dar gritos pidiendo ayuda disfrazados de insultos.  Esto es en los casos más sencillos, claro esta, porque de los casos críticos ya conocemos los resultados.  Han sido muchos los inocentes que han pagado con su vida por el egoísmo, la soberbia y las enfermedades mentales que se habrían podido evitar con un poco de amor.   

No tenemos las manos atadas.  El mal en nuestro mundo tiene solución y es nuestro Señor Jesucristo.  Ya Él vino en nuestro rescate y fue capaz de  dar la vida por todos.  Con su muerte morimos al pecado y con su resurrección vivimos para la eternidad.  Lo único que nos pide es que le creamos, que nos fiemos de Él.  Nada más que eso, creer en su amor eterno y misericordioso.  La solución, que parece muy sencilla, requiere un paso muy difícil para muchos y es tener  un corazón humilde.  Un corazón manso y humilde Tú no lo desprecias.