En la naturaleza un animal actúa por instinto. Él toma lo que quiere (comida, sexo,
territorio) sin importarle si le hace daño a los demás seres de su
entorno. Lo que lo impulsa a
relacionarse con los demás es el dominio.
Su propio bienestar es lo único que le importa y en algunas especies,
sus propios críos. La norma es que el animal vive para sí. La regla es la supervivencia, la razón y el amor le son desconocidos.
El ser humano, por otro lado, aprende a socializar y, por
ende, a saciar sus necesidades naturales apoyándose en la razón y en el amor.
Come sabiendo que no es el único habitante del planeta, tiene sexo con
responsabilidad y su relación con los demás se basa en el servicio y no en el
empoderamiento. El ser humano, además de
razonar, puede amar y ser amado. Tanto
la razón como el amor le imponen ciertos límites, es cierto, pero estos son para
su propio bien.
Escucho muy a menudo,
en los medios de comunicación e incluso en la calle, a voces que invitan a las personas a vivir una
vida de placeres sin importarles nada
más. Ellos dicen: ¨Denle gusto al cuerpo
y sean felices.¨ Parece un bonito
consejo sólo que está acompañado de
mucha falsedad. El solo hecho de hacer
aquello que el ego (caprichoso sin remedio) nos pida no es sinónimo de
felicidad. La felicidad se alcanza
cuando nos ocupamos en hacer aquello que tenemos que hacer y casi siempre esto
es, extrañamente, ayudar a los demás en sus necesidades. ¡Vaya verdad!
¿A quién le interesa abandonar sus propios deseos para ir en ayuda de un hermano que
sufre? La respuesta parece ser, a muy pocos
y, sin embargo esos, sí son felices y lo
serán hasta la eternidad porque están acompañados del Amor. Nada ni nadie le puede robar la paz.
Por otro lado, aquellos que siguen el camino de ¨lo que
yo quiero es ley¨ son los que al llegar la enfermedad, el fracaso, las desilusiones
amorosas o cualquier dificultad se derrumban hasta la más tremenda tristeza y
desesperación. Lo gozado nadie se los quita, es verdad, pero
¿y ahora qué? ¿Aquellos momentos de
lujuria, de dominio sobre el más débil, de derroché de bienes y miles de otros placeres serán capaces de
levantarlos del hoyo en el que terminaron?
La respuesta es sencilla y, ésta es, no.
Entonces, ¿vale la pena vivir como animales o como seres
humanos? Cada quien elige lo que quiere
ser y hacer con su vida.
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