Quiero compartirles mis últimas aventuras. Cuando entré a los grupos de autoayuda en
línea, como por ejemplo Neuróticos Anónimos; también comencé a repasar los Talleres de Oración y Vida del P. Ignacio
Larrañaga, que tomé alguna vez, y lo hice porque en el fondo sabía que mi problema
de neurosis era por mi relación enfermisa con Dios. En
todo caso, lo que quiero contarles es que, tanto por un lado como por el otro,
me fueron llevando al mismo lugar: un encuentro personal conmigo misma y con
Dios. Definitivamente viví los caminos
de la fe sin fe. Creía en Dios mas nunca
me fié de Él. Me mantuve viva, todos
estos años, porque a pesar de mí, Jesús
me cuidó y se me dio como alimento de
vida sin merecerlo. A pesar de que yo me sentía totalmente sola Él siempre
estuvo cerca.
Jamás supe
el significado de la palabra paz y por fin la he experimentado, por momentos
claro está, al igual que los términos amor, alegría, compañía, integración y,
la más difícil, aceptación. No es que ahora sea la más amorosa, pacífica, feliz
o integrada de las personas, no, pero
ahora estas palabras comienzan a tener significado. Ya no están bloqueadas, ya las puedo ver. Cuando oía hablar de ellas me decía pero de
qué están hablando. No sabía no era
capaz de entenderlas. Mis emociones no
me permitían experimentarlas, mi ego y mi orgullo no me dejaban.
A invitación
del mismo Dios participé en la llamada
Misa de Sanación y fue ¿cómo llamarlo?, desconcertante. La lucha entre la razón
y el espíritu fue brutal. Cierto es que
fui con toda la buena voluntad de que fui capaz, siguiendo todos los pasos que me iba indicando mi Padre Dios e incluso fui
porque entendí que era lo que Él me pedía.
Me fue guiando durante muchas semanas hasta lograr lo que llamaré
sanación y limpieza interior. El me
invitaba a rebuscar en el pasado lo que dolía, cada pecado y acción
malintencionada, cada trauma, dolor, rabia y fracaso. Y lo hice. Fuimos juntos
a cada momento y buscamos sanar aquello desde el mismo lugar de origen;
sabiendo ya, que Dios no está para condenar sino para salvar. Lo último que me
regaló fue la aceptación del dolor, el sufrimiento y la agonía. Con este último regalo se aplacaron las
guerras y llegó una paz que culminó en puro amor. Por fin la frase “te amo Dios” salió de mi
boca y de mi corazón con total sinceridad
junto a la alabanza que también surgió de la nada. Inexplicable, maravilloso, un verdadero milagro en todo caso. Por
esta razón llegué a la misa esperando cosas aun mayores pero nada o todo
pasó. Les digo es desconcertante.
Una vez
allí, en la Misa, lo único que hice fue llorar durante 2 horas y media. No podía parar. (Algunos dicen que eso es
indicativo de presencia de Dios, no lo sé.)
Pero nada confirmaba su presencia, pensaba. Cuando le dije al Espíritu Santo, e incluso
le reclamé, que por qué no venía si yo había hecho todo lo que me había pedido,
entonces comenzó el coro a cantar … yo quiero,
pero nada pasaba, me seguía diciendo. Al
momento de la comunión, mientras agradecía la maravillosa revelación de que
Jesús me había alimentado y amado por años sin ni siquiera haberle amado una
pizca; pasaron dos cosas: un extraño juego
de luces en mi interior y la vigorosa impresión de alas de ángeles en pleno vuelo tras de mí, pero la razón me decía que
eran las luces del lugar y el abanico que tenía la persona de al lado. Nada pasó entonces y regresé a casa un tanto
decepcionada, la verdad. Pero, para terminar, cuando iba de camino a la casa no iba una sombra sino dos. Eso me hizo sonreír, la verdad, pero para
colmo también le busqué explicación. ¡Qué
impresionante terquedad!
Cuando
murió mi tío comencé a percibir cosas raras.
Su muerte se me anunció por medio de una mariposa que se nos apareció un
día antes. Al verla sentí que ella se parecía a él y, aun
cuando nunca estuvo en cama, al otro día murió. En el momento de su muerte los
gallos comenzaron a cantar y lo siguieron haciendo cada hora y fue de manera impresionante hasta
el amanecer. Parecía que agradecían su servicio. La naturaleza parecía estar conectada con él.
En su funeral, en una llovizna pequeña inundada de sol tenue, se despidió y no
solo de mí sino de otras de mis hermanas.
Así fue y jamás lo dude. Al otro
día, una bandada de palomas inundo el cielo como nunca antes había pasado. El Cielo estaba alegre y yo lo creí. Y tantas otras cosas que podría contar,
entonces ¿por qué no le creo a Dios cuando se manifiesta? ¿Por
qué dudo cuando se trata del Amado? Desconcertante.
De cuantos
y cuantos bienes me ha colmado el Señor en este último año, por no decir, en
toda una vida. Me reconozco
malagradecida pues Dios siempre ha estado conmigo siendo mi guía, protector, mi
Padre bueno y paciente que espera a que su hija regrese en busca de su amor
incondicional. No fue a buscarme pues sabía que no le escucharía pero esperaba
ansioso el día en que tocara a su
puerta. El quería prestarme toda su
atención y hablarme y compartirme todas sus cosas. Así es conmigo ahora. Por su gracia Él habla y yo procuro escuchar, Él muestra y
yo intento ver. Ya resulta agradable
escucharle y puedo decir que por fin puedo
decirle que le amo desde lo más profundo del corazón sin que esas palabras me
suenen hipócritas. Por fin puedo
entender por qué el Padre permite el dolor, sufrimiento y agonía de sus
hijos. Por hoy entiendo que Él siempre supo, y con dolor por cierto, que las
desgracias son el último remedio para que los más obstinados, rebeldes y duros
de corazón, regresen a su amor. Qué gran
misterio.
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