Caminé los caminos de la fe sin fe. Esa es la frase que ocupa mis pensamientos. Visito y participo de una comunidad eclesial
desde antes de mi nacimiento. Mis padres
se encargaron de eso. La iglesia y sus
normas eran parte de la vida cotidiana.
Desde muy pequeña el portarse bien era un deber, una regla que se
enseñaba para ser parte del Cielo y no del infierno. La idea de que Dios me estaba vigilando no me
daba mucho gusto, pues lo pensaba mirando para castigar. Ahí ya la idea de un Dios amoroso se estaba
distorsionando. Tenía que portarme bien
y no entre la gente o ante mis padres
sino también en mis pensamientos y estos malvados me jugaban malas pasadas. Así fui creciendo, sintiendo que algo no me dejaba ser feliz. Dios estaba pero no parecía ser del todo la
razón de mis alegrías sino, más bien, de mis miedos. Hoy por la gracia de Dios esto comienza a cambiar.
Esta es mi experiencia, no pretendo decir que es una
realidad entre los creyentes. Yo rezaba
pidiendo cosas, salud, trabajo, favores de todo tipo; pero no fueron muchas las
oportunidades que dije: hágase. Yo asumí
más de una vez el lugar de Dios en esta relación. Yo pido y tú obedeces. Siendo así la felicidad, la alegría
verdadera, la que surge del servicio al hermano y por ende a Dios, no era conocida
por mí, tristemente. Por hoy, sólo por
hoy estoy conociendo un Dios que me ama como soy ahora, sin ninguna razón, pues
su amor es incondicional. Él me amó primero, sin yo merecerlo, y quiere
que corresponda a ese amor amando. El
pecado y, por ende, el egoísmo es el enemigo a vencer ya no Dios, pues ahora
está de mi lado; y que bien se siente pertenecer al bando del amor. Esto es un día a día pues a cada instante la
luz del Espíritu me muestra caminos desconocidos para mí. Ahí siempre estuvieron pero mi terquedad no
me permitía verlos. El servicio al prójimo,
sea grande o pequeño, es ese camino que estaba lleno de yerbajos. Por ahí pocas veces había pasado pues me
paseaba mucho más por el de la tristeza
y el enojo. Otro camino poco transitado
era el del perdón, yo no me sentía perdonada por Dios más bien castigada con
pruebas inventadas o reales aún no lo sé bien.
Uno de los más hermosos senderos es el de la compañía. Por este sin igual sendero jamás transité con
conciencia. Dios está conmigo siempre ayudándome
a amar, pues Él bien sabe que sola es imposible.
Vivir de la mano de Dios es una aventura de todos los
días. Caigo y recaigo muy frecuentemente
en mis viejas conductas, pero me puedo dar cuenta más rápido para levantarme
otra vez y otra vez. Así es la vida, la que ahora sí quiero vivir y con todo el
entusiasmo de que soy capaz. Con la ayuda de Dios.

