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miércoles, 9 de mayo de 2012

EN EL AMOR NO HAY TEMOR


El miedo, ese parásito paralizante que se ha apoderado de mi vida y la ha bajado al infierno, es el tema que me ocupa hoy. Rebuscando entre las pajas del pasado, siempre el miedo ha sido amigo inseparable, para mi desdicha.  Los primeros miedos o episodios de pánico fueron provocados por las historias de apariciones diabólicas que me hacia mi padre de niña.  Aquellos cuentos de camino que se quedaban con mi sueño, pobrecita de mí, temblando porque el demonio vendría por mí si se portaba mal.  Así me siento aun, temerosa, asustada y dominada por el miedo a equivocarme y ganarme el desprecio de Dios.
El miedo al dolor también fue uno que apareció desde muy chica.  Jamás entendí el por qué mis padres tenían que hacerme daño llevándome a doctores y dentistas para que me pusieran inyecciones que me causaban mucho dolor.  Me escondí en cada oportunidad que pude y aun de mayor cuando hablan de inyectar salgo corriendo de la sala de emergencia o de la oficina del médico.  Nunca fui capaz de aceptar al dolor como parte de mi realidad de ser humano.  Todos eran malos cuando hacían sufrir a los demás y en este bando estaba Dios. La gente que quería enfermaba y se moría y eso solo venía de la mano de Dios.  Así empezaron mis grandes conflictos con Él.
Otro de mis grandes miedos son las relaciones interpersonales.  Estar entre la gente es sin lugar a dudas una de mis mayores dificultades.  Miedo al qué dirán, a no equivocarme, a ofender con la palabra  o a que me lastimen son algunos de los pensamientos que se apoderan de mí cuando estoy cerca de las personas.  Sintiéndome así es prácticamente imposible entablar una conversación sana que termine en una amistad o al menos una relación sincera de compañerismo.   Mi reacción es callar; mas es un silencio iracundo que ha nada bueno conduce.
Un miedo que se quedó con el mayor amor de todos ha sido el miedo a tener pareja, el miedo aterrador y paralizante ante la idea de estar con alguien, de ser violada.  Este miedo tan real e irracional a la vez me ha privado de tener familia, de ver nacer hijos de mi vientre, de ser llamada madre. 
Miedo al futuro, miedo a la muerte, miedo a atravesar una calle, miedo al dolor, miedo…   ¿Cómo es qué esto ocurre?  ¿Cuándo y por qué el miedo se apodera de nosotros y se hace dueño de nuestras vidas?  Estas son las preguntas que, ahora que estoy en la búsqueda de mi propio ser, me hago como terapia.
 Al entrar en un grupo de autoayuda descubrí que mis miedos no eran más que puro egoísmo.  Por egoísmo me privé de vivir, de tener pareja,  hijos,  trabajo,  relaciones de amistad y de tantas otras cosas que hacen de la vida algo agradable. ¿Pero por qué tanto miedo?  Las personas no son más que seres humanos con igual dignidad que la mía.  Somos todos hijos de Dios.  No existe necesidad, entonces,  de  llamar la atención para formar parte de la sociedad.   Cuando se teme usualmente reparamos esa ausencia de valor con el llamar la atención a cualquier costo.  Me veo  ahora siendo la mejor de mi clase, la mejor en todo lo que emprendía pues era la única manera de estar, de ser parte del entorno.  Así me sentía superior a todos y era más fácil coexistir  o al menos eso era lo que pensaba en mi mente neurótica. 
Me costará mucho trabajo ajustarme a mi realidad de simple ser humano, ni más grande, ni menor que otro.  Soy eso ante Dios, una hija.  Estando de la mano del Padre, de ese Padre que apenas comienzo a conocer, podré vivir sin miedo.  ¿A qué o quién temeré si estoy o formo parte del Todopoderoso?  Cuando el miedo sea extirpado de mi vida nacerá la posibilidad de ser parte de mi realidad, de una vida normal llena de personas y de responsabilidades para con ellas.  Sin el miedo como cadena tendré libertad para el amor que es mi propósito en la vida.  Que así sea con la ayuda de Dios.

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