El EGO, ese amigo inseparable y enemigo mortal a la
vez, es sin lugar a dudas la causa de mi neurosis. ¡Qué obstáculo tan grande es
el YO para el bienestar común! Para él
todo es entorno a sus caprichos. Yo
quiero una vida sin miedos, sin personas que lastimen, sin dolor, sin
problemas, sin enfermedades, sin calles que cruzar, donde todos me amen y
reconozcan mi valor. ¡Qué lastimosa
realidad la del YO neurótico! Para todo
neurótico como yo, la vida es algo que nos supera, no nos es posible
entregarnos a ella como es, con sus realidades buenas y malas. Para mí la vida es superior a mis fuerzas, mi
realidad de enferma emocional no me permite relacionarme con los demás
normalmente, pues es mi afán ser siempre superior a todos. ¿Quién quiere estar cerca de un ser humano así? Por supuesto, a nadie ni siquiera a mí misma. El egoísta, entonces, vive alejado de todo y
todos.
Lo bueno es que hoy existe una solución al mal del EGO
y ésta es la derrota total. Mientras como neurótica egoísta ande buscando
maneras de escapar de mi enfermedad, mientras me crea capaz de salvarme por mis
medios o por medio de otros, mi derrota está muy lejos de ser definitiva y
total. El EGO sigue vivo y
gobernando. La derrota ante mi Padre Dios y la aceptación de mi enfermedad significa dejar de luchar, bajar los
brazos, parar de buscar; pero que contradicción tan grande para el neurótico que busca desesperadamente
una manera de parar de sufrir. Pero así
es, esta derrota total y definitiva involucra rendición completa ante el dolor,
el miedo, la ansiedad, la depresión, la culpa y la voluntad de Dios en
general. Entonces, en momentos de
crisis emocional, lo único que debemos
hacer es no hacer nada y dejar aquello que nos robó la paz en manos de Dios con un simple hágase. Es hora de aceptar que yo no puedo, pero
pegada de Dios como rama de la vid, así podré olvidarme de mí y ocuparme en
producir frutos para bien de los demás.
Entrega, rendición, derrota, aceptación de mi realidad, de mi entorno,
de mi gran debilidad y por ende de la voluntad de un Dios amoroso. YO NO PUEDO EL SÍ. La vida es mucho más que
YO.
Yendo sin miedo
al pasado podré descubrir cuál es la dimensión de ese YO desconocido que me ha
robado la capacidad de amar y el arte de vivir.
Rebuscando en el pasado, en esos episodios traumáticos, que ahora son
escuela de vida, podré descubrirme a mí misma.
¿Cuándo, cómo y dónde comenzó el
egoísmo a gobernar en mi vida? Ver a la
cara aquel día que me di cuenta que si mentía podía ganarme el afecto de los
demás y culpar a otros de mis maldades.
Tal vez encararme con mi realidad de que para ser querida fui capaz de
arrodillarme ante los hombres. ¿Cuánto
vale una amistad? La amistad es algo que
se gana o pierde en la medida en que uno se acerca al otro con lazos de afecto
y cariño recíprocos, no es algo que se suplique o se pueda comprar. En ese mismo pasado está el miedo, el enemigo
de una vida productiva y feliz. El YO no
permite que nada me pase que considere malo, pero ¿qué es malo? ¿Quién
determina esa clasificación? Inclusive
es ese mismo miedo el que necesitamos para lanzarnos a la aventura de la vida
con algo de precaución.
Hacer este análisis del pasado en búsqueda de aquellos
instantes en los que el Yo asumió el lugar del Tú, es imprescindible para
lograr una vida nueva dominada por el amor al prójimo. Una vida donde el YO deje de ser por fin
protagonista y comience a parecer en el horizonte el rostro de los demás seres
humanos que conforman mi entorno. Es al
lado del otro donde se practica el amor que es la razón de una vida feliz para
todo ser humano. Es un conocimiento
nuevo e increíblemente diferente a mi realidad de egoísta. Debo deshacerme, con la ayuda de Dios, de
todos los malos patrones de conducta para establecer unos nuevos. Cambiar de juicios y actitudes, pues todo lo
que hago como egoísta es incorrecto. Ahí
vamos, hacia una vida nueva llena de personas a las que amar. Una vida vacía del YO y llena del TÚ. Eso es salud mental y emocional para mí.
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